Transparente y misterioso, tanto que me ha atrapado desde que en 1989 se inauguro su reconstrucción, promovida por Oriol Bohigas antes incluso de su etapa como regidor de urbanismo en el Ajuntament de Barcelona, el propio Bohigas se dirigió a Mies Van der Rohe por carta a mediados de los años 50 para plantearle y pedir su apoyo al proyecto. Me atrajo su aparente sencillez, en una primera vista, y es después de analizarlo por enésima vez que se van descubriendo la fuerte complejidad que encierra, ahí reside la magia de esta singular construcción que por si solo ya tiene una historia compleja que lo hace un edificio singular de la historia de nuestra ciudad, su desaparición y reconstrucción son como reflejo de los hechos que sufrimos en este país en el siglo XX.
Destruido al final de la Exposición del 29 como rigen las normas que marca la Oficina Internacional de Exposiciones, incomprensiblemente no fue uno de los edificios indultados, en esos años el Pabellón fue claro ejemplo de los aires renovadores de la arquitectura, modelo de estudio e imitado hasta la saciedad dentro de los cánones que marcaron la arquitectura de la mayor parte del siglo pasado. Ha marcado el imaginario del siglo XX y podríamos decir que es la obra que enlaza la etapa europea de Mies con su carrera americana donde exploto todo su genio. De su sencillez tan visual indago en su terrible incomprensión, se muestra desnudo y frágil escondiendo toda la fuerza en su interior, creo que es una de las claves donde reside todo el embrujo que emana el mítico Pabellón Barcelona.
McQ
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