Los charcos formaban un dominó decapitado de edificios, de los que uno es el torreón que me contaron en la infancia, de una sola ventana tan alta como los ojos de madre cuando se inclinan sobre la cuna.
Cerca de la puerta penda un ahorcado que se balancea sobre el abismo cercado de eternidad, aullando de espacio.
Soy yo. Es mi esqueleto del que ya no quedan sino los ojos.
Tan pronto me sonríen, tan pronto me bizquean, tan pronto
SE ME VAN A COMER UNA MIGA DE PAN EN EL INTERIOR DEL CEREBRO.
La ventana se abre y aparece una dama que se da polisoir en las uñas. Cuando las considera suficientemente afiladas me saca los ojos y los arroja a la calle.
Quedan mis órbitas solas sin mirada, sin deseos, sin mar, sin polluelos, sin nada. Una enfermera viene a sentarse a mi lado en la mesa del café.
Despliega un periódico de 1846 y lee con voz emocionada:
“Cuando los soldados de Napoleón entraron en Zaragoza, en la VIL ZARAGOZA, no encontraron más que viento por las desiertas calles. Sólo en un charco croaban los ojos de Luís Buñuel. Los soldados de Napoleón los remataron a bayonetazos.”
Palacio de Hielo
2 comentarios:
Fascinante Buñuel siempre pero cuando además nos cuenta cómo le arrancaron su infancia se eleva a la categoría de sublime.
Petons
En cierta conversación, haciendo referencia a los tres genios que coincidierón el La Residencia de Estudiantes de Madrid comentamos el tema de las infancias perturbadas y tormentosas de dos de los tres, el otro quizás tambien podriamos decir que tuvo una infancia , a pesar de tener una infancia feliz, tormenotosa pues no es menos traumatica una infancia infeliz que una excesivamente feliz y protegida; el exceso de celo y mimo también acarrea traumaticos desarrollos.
Petons.
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