viernes, 27 de junio de 2014

LUCIERNAGAS / Ana María Matute.

Pla de Palau, Barcelona, años 50.
«Ahora, esas gentes que no debían mirarse, prohibidas, cuya existencia se les mantenía oculta y de las que era obligado olvidarse, invadían de nuevo la ciudad. De pronto no cabían en la calle y venían a inundar con su realidad ineludible el pequeño mundo, suave, de caperucitas rojas y lobos de cartón, acrecidos, apelotonados, en número mucho mayor del que podía suponerse, y hacía ostensible su presencia. [...] Asomada a la ventana, veía cruzar los coches pintarrajeados, atiborrados de hombres y mujeres armados. Unos seres cuyos rostros jamás vio en parte alguna ni supuso que exisieran.»

...


Tenía miedo a la vida, como Cristián, como su madre, como las mujeres de la cárcel. Ella misma, todas, pensando eternamente en que los hombres se agusanan en las cunetas o se convierten en tristes sombras de sí mismos, mutilados. María seguía hablando, pero ya no la escuchaba. [...] Un mundo alboreaba en ella, donde existirían los zapatos rotos, la tabla de multiplicar, los grandes cielos calientes, las bombillas apagadas, las balas de fusil, los insectos, las manos que palpan piel humana y corteza de árboles, un mundo de desolación y de alegría, de felicidad y de preocupaciones, de gritos y de largos bostezos. Y estaba en ella, con ella, dentro de ella con sus propios cielos, con las rejas de su cárcel, con su dolor y el lejano canto de los pájaros.»

Luciernagas.
Ana María Matute
(1925-2014)

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